Club de cine Espigadores: fin de curso

Como todos los años por estas fechas, el Club de cine llega a su fin. Y lo hace, a petición del público… ¡con una comedia! No es que no veamos alguna comedia en el club de vez en cuando, pero siempre parecen pocas. Así que nos despedimos con Una casa de locos(L’auberge espagnole (The Spanish Apartment), 2002)de Cédric Klapisch, primera entrega de una trilogía continuada por Las muñecas rusas (Les poupées russes, 2005) y finalizada por una película estrenada este mismo año, Nueva vida en Nueva York (Casse-tête chinois (Chinese Puzzle), 2013).Si nos gusta, veremos las dos siguientes el próximo curso (para no perder nuestra costumbre, convertida ya en tradición, de recuperar a los mismos personajes a lo largo del tiempo).

Una_casa_de_locos-334511386-largeUna casa de locos culmina la programación del Club de cine 2013/2014, donde hemos podido ver las siguientes películas:

  • La última película (The last picture show, Peter Bogdanovich, 1971)
  • 12:08 al este de Bucarest (A fost sau n-a fost?, Corneliu Porumboiu, 2006)
  • La carta (La Lettre (A carta)), Manoel de Oliveira, 1999)
  • Laura (Laura, Otto Preminger, 1944)
  • Nido familiar (Családi tüzfészek, Béla Tarr, 1979)
  • Dublineses (Los muertos) (The dead, John Huston, 1987)
  • Alas (Wings, William A. Wellman, 1927)
  • La parte de los ángeles (The angels’ share, Ken Loach, 2012)
  • El planeta salvaje (La planete sauvage, René Laloux, 1973)
  • El desencanto (Jaime Chávarri, 1976)
  • Once (Una vez) (Once, John Carney, 2006)
  • Capitanes de abril (Capitães de Abril, Maria de Medeiros, 2000)
  • Bestias del sur salvaje (Beast of the southern wild, Benh Zeitlin, 2012)
  • Texasville (Texasville, Peter Bogdanovich, 1990)
  • Una casa de locos (L’auberge espagnole (The Spanish Apartment), Cédric Klapisch, 2002)

Además, hemos tenido varias sesiones especiales:

    El cortometraje Encuentra tu sitio, centrado en los clubes de lectura de la Biblioteca Pública, acompañado de una conferencia de Jorge Vallejo de Castro.

encuentra-sitio
Sesión conjunta con los clubes de lectura (donde vimos la adaptación de un cuento de Dublineses, de James Joyce, realizada por John Houston).
Sesión homenaje a Leopoldo María Panero el mismo día de su muerte, que coincidió casualmente con la proyección de El desencanto, de Jaime Chávarri.
Sesión homenaje al 40º aniversario de la Revolución de los Claveles, con la proyección de Capitanes de abril, de María de Medeiros.
41ª sesión del 6º Festival de Cortos Rodinia, con el siguiente programa:

  1. » El coro» Arturo Dueñas 25 min.
  2. «La casa del bacalao» Arturo Dueñas 3 min.
  3. «Elena Durmiendo» Jorge Vallejo de Castro 13 min.
  4. «Back up» Pilar Álvarez 5 min.
  5. «Cubiertos de plata» David Blankeider 16 min.
  6. «Kurgan» Igor Imhoff 5 min.
  7. «Via veneto» Karma Gava 3 min.
  8. «Before i wake» Elena Dalmasso 5 min.
  9. «Por un sueño» Sergio Mediovilla 16 min.
  10. «Somos amigos» Carlos Soriano 12 min.
  11. “¿Quién da la vez?” Jesús Vinuesa 7 min.

rodinia

Tertulia flamenca: «Carmen Amaya», el libro de David Pérez Merinero y Montse Madridejos)

«Decía Antonio Gades que en la primera ocasión que la vio se quedó mudo, y esa misma actitud se repitió en él cada vez que la veía bailar», dijo David Pérez Merinero el pasado viernes en la Tertulia Flamenca, de la Biblioteca Pública de Valladolid, adonde acudió para presentar el libro, Carmen Amaya (Edicions Bellaterra, 2014), realizado junto a Montse Madridejos.

Una biografía diferente a las existentes sobre la bailaora construida a base de artículos originales publicados en periódicos y revistas de los lugares por donde actuó; de fotografías, dibujos y cuadros; de algún documento oficial, rematado con una completa, por primera vez, filmografía, discografía y otros datos de interés de su trayectoria artística.

David Pérez Merinero.

Pérez Merinero nació en Écija (1951), pero pasó su infancia y adolescencia en Jerez. Tal vez por eso se considere un «mal aficionado» porque, «lo que me interesa del flamenco es casi exclusivamente Jerez y el flamenco que hacen los gitanos».
Matemático, crítico de -con el- cine, profesor de ofimática, funcionario de Hacienda, no se considera flamencólogo -«uno de los mayores insultos que se le pueden dirigir a un flamenco»-, pero contribuye al conocimiento del flamenco a través de su blog, Papeles Flamencos (dentro de los que se dedican a la investigación, término que no sabemos si le gustará, tiene su propia personalidad y singularidad).
Avisó de que era «mal conferenciante» y que sólo había abandonado su ‘quietismo contemplativo’ para hablar del libro allí donde se le ha requerido y que Valladolid, esperaba, fuera el último acto. Y sí se le notó que le faltaban tablas como conferenciante, le costaba sintetizar, ganando más en el cuerpo a cuerpo, en el intercambio pregunta-respuesta, y si es con una cerveza en la mano, mejor.
El libro sobre Carmen Amaya desmonta algunos mitos y verdades dadas por supuestas sobre la bailaora creídas, hasta el día de hoy, desde que fueran lanzadas por sus ‘biógrafos’. La principal es la referida a su fecha de nacimiento, hasta ahora fijada en el año 1913, sin ningún tipo de datos que lo certifiquen -el documento legal sobre su nacimiento no existe o no se ha encontrado, aún-; al menos, David y Madridejos cuentan con varios indicios para situar la fecha en 1918.
Se vieron fragmentos de dos de sus primeras apariciones en cine, antes de realizar La hija de Juan Simón (1935), apariciones fugaces de una Carmen Amaya muy niña, preadolescente (La Bodega, de Benito Perojo, baila junto a su tía La Faraona y una prima; y Dos mujeres y un don Juan, dando palmas), que, junto a otros datos, apoyan su versión de 1918 como fecha de nacimiento.

Menos complicado resultó a los autores demostrar que no había sido, como se ha escrito y creído, portada de la revista Life, aunque esta le dedicara un reportaje; o que por fin se diga la verdadera fecha de su matrimonio simplemente mostrando el documento del enlace. David, quien tampoco aseguraría que nació en el Somorrostro, fue preguntado por los amoríos atribuidos a la artista (Vallejo, Farina, Antonio Mairena), dando razones de las dudas que le suscitaban tales emparejamientos…

Carmen Amaya

Lo que no se puede desmontar, ni cuestionar es «el misterio, la fuerza de su baile», afirmó Pérez Merinero, quien viera a la bailaora por primera vez en un programa de televisión española, Esta es su vida -«que no se conserva»-, cuando él tenía 10 años, «y me impactó, y sobre todo por ver, por primera vez, a alguien que tenía pintada en su cara la muerte -el programa se emitió seis meses antes de su fallecimiento en noviembre de 1963-, y el baile tiene mucha relación con la muerte».
«Lo que busco en el flamenco  es la originalidad, el hecho único y», explicó David, «creo que Carmen Amaya responde a ese modelo. Su baile nace y muere con ella, es irrepetible. Se entiende a Gades cuando decía que se quedaba mudo, es inexplicable su baile y los libros sobre baile pasan de puntillas sobre ella. Su baile no responde a ninguna escuela, es difícil engarzarla en alguna teoría; sin embargo, uno lo ve y lo siente como muy próximo, parece que esa es la forma… si Carmen volviera a bailar su baile seguiría siendo muy moderno».
Algunos de los asistentes destacaron la elegancia de su baile y persona, «siendo una gitana nacida en una barraca»; otros prometieron volver a mirar su baile, que hasta entonces no les había llegado (repensar, no; olvidarse de entender en cuestiones de arte: pérdida de tiempo, de goce, de sentido; sólo artistas de su nivel han podido decir algo sobre su baile -Cocteau, Toscanini, Orson Welles, Chaplin, Nureyev…- y aún así…).

Pérez Merinero comentó que andaba a la búsqueda de editor para publicar la discografía completa de Carmen Amaya, y más datos e historias se citaron y relataron -y las que se pueden encontrar en su blog-, entre las que figuraba esta ciudad y uno de sus -único- genios, Vicente Escudero, «uno de los culpables» de que el baile de Carmen Amaya fuera el que es: el padre de la bailora, quien decía que cantaba mejor que bailaba, quiso llevarla a una escuela de baile y consultó al bailaor vallisoletano sobre cuál elegir, «este le dijo que ni se le ocurriera porque mataría su espontaneidad, que es el principio de su baile; tuvo una visión espléndida Escudero», contó David.

El pintor -y miembro del 'Comando Jerez'-, Pepe Rodríguez, con el libro de David.

Por último decir que en el Centro Cultural Provincial, de Palencia, hasta el 29 de junio se puede visitar la exposición de Colita y las fotografías que realizó a la genial Carmen Amaya.
 
(Ayer viernes, si el tiempo y la autoridad lo permitieron, se celebró la despedida de la Tertulia Flamenca de esta su tercera temporada. Con fiesta, como el año pasado, y la entrega de un librito con coplas escritas por l@s asistentes de este club flamenco, contribución para el aumento del acervo letrístico flamenco. Daremos cuenta de ello. Salud).

Tertulia flamenca: La afición

Ilusión y amor por este arte sublime que es el flamenco”, guían la vida del aficionado. En una de las últimas citas de la Tertulia Flamenca de la Biblioteca Pública de Valladolid tuvimos un buen ejemplo de ello con la presencia de una representación de la Tertulia Flamenca Medinense, de la afición flamenca de Medina del Campo, la segunda ciudad –en número de habitantes- de esta tierra vallisoletana.

Faustino Dueñas, Mariano García, Pablo Lucas y Nemesio Pariente ofrecieron una singular forma de contar la historia de la afición flamenca de su ciudad, escenificando una suerte de “retablo flamenco-poético”, donde la narración de los hechos conducida por Mariano se alternaba, encadenaba con el cante de Pablo y Nemesio y el toque de Faustino.

Hace 50 años y pico comenzó la historia de la Tertulia Medinense, en “una época de tinieblas, donde hacíamos lo poco que podíamos” (Faustino). Un programa semanal en la emisora La Voz de Medina, dirigido por Mariano García, actuaría de  faro, de alminar que iluminaba y llamaba a los fieles.

 

Sobre el antes del flamenco en Medina, “hay poca documentación y escasa tradición oral”, surgieron algunos nombres del pasado lejano –Laurentino Mata, el Tío Montoya-, locales –El Café Continental, Bar Castellano-, el cine Coliseo que acogía las coplas populares del momento –Pepe Pinto, Angelillo…-, hasta que se inauguró el Teatro Olimpia y comenzaron a llegar los cantaores (Jacinto Almadén, Fosforito, Jarrito, Juan Varea…).

 

El público era escaso –“dos filas del teatro ocupadas, tras el descanso sólo una”-, pero cuando más difíciles son las circunstancias más se crece la afición.

Y no dejaba de crecer. La consolidación de la afición y del interés de la ciudad por el flamenco desemboca en la realización, hacia finales de los 70, de la 1ª Muestra Flamenca (36 ediciones cumplió este 2014), por donde han pasado desde Curro de Utrera a Enrique Morente, de Rafael Romero a Carmen Linares, de Manuel Mairena a José Mercé… “Y nuestros cantaores” y tocaores y bailaor@s.

 

El aficionado se atreve con el cante, el toque, el baile sabiendo “nuestro nivel, nuestras perspectivas”. Un aficionado puede saber tanto, igual o más que un profesional de cantes, de palos, de cómo están conformados, de quienes son sus autores, de todas sus variantes. Un conocimiento que comparte de la mejor, humilde y sincera manera que sabe, entre ellos y con otras aficiones.

Con tal actitud y entrega hacia el flamenco –y necesidad de él, mucha necesidad por estas tierras- montaron una Misa Flamenca en 1970; luego vendría (1982) una adaptación del poema Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de Lorca –tanto de este como de la misa interpretaron diversos fragmentos-; y con el transcurrir del tiempo acudir a cualquier llamada –p.e., recitales flamencos para cofradías de Semana Santa-, estar presentes en las actividades culturales de su pueblo o de donde se les requiera.

Tertulia- Medina

Fue una hermosa velada, un cante a la afición desde la afición. El aficionado: espectador activo que vive y siente el flamenco como suyo.

Miguel Escudero, Niño de los Ovoides, Juan Carlos, Antonio Descalzo, El Lechuga, Julio Hernández ‘Pinturas’, nombres de algunos de los aficionados flamencos que allí se escucharon –y espero haber copiado bien-, a quienes se siguen añadiendo otros nombres, gente nueva, joven, que continúa teniendo los bares como punto de encuentro para disfrutar, hablar, hacer el cante, el toque, el baile, preparar nuevas actividades…

Club de Música: El vitalismo en la música americana del siglo XX

 

Swanee de George Gershwin. Versión de Al Jolson

Cuando escuchamos algunas obras de los compositores americanos del siglo XX como Gershwin, Copland o Bernstein, es inevitable dejarnos llevar por sus melodías pegadizas, sus marcados ritmos, su explosión de contrastes sonoros y en definitiva por el vitalismo que contagian.

Desde las primeras canciones americanas escritas por Francis Hopkinson en el siglo XVIII como “To Anacreon in Heav’n”, cuya melodía se piensa que se utilizó para componer el actual himno americano; hasta las composiciones del siglo XX como “Salón México” de Aaron Copland, la música estadounidense ha ido gestándose principalmente a base de: las canciones patrióticas que se empleaban especialmente en el ejército, las melodías folklóricas propias de cada estado, los diferentes estilos –ragtime, blues, jazz, etc.- que iban surgiendo de su multicultural población, y las corrientes europeas que llegaban a América a través de los compositores que emigraron con las guerras mundiales.

La llegada del sonido grabado hacia 1920 condicionó también la producción musical americana del siglo XX. Esto favoreció el que la música llegara a todo el mundo independientemente de su formación y potenció el surgimiento de las productoras musicales. En este contexto surgieron los músicos del Tin Pan Alley. En la calle 28 esquina con la Quinta Avenida se encontraba esta calle donde muchos editores tenían sus locales de trabajo y contrataban lo que se conocía como Song plugger (músicos que tocaban canciones al piano para aquellas personas interesadas en el negocio del espectáculo). Algunos de estos músicos como Irvin Berlin, famoso por escribir el tema “Alexander´s Ragtime Band”, o el propio Gershwin ganaron una fortuna con la composición de canciones cuyas melodías pegadizas y letras sencillas atraían a la sociedad americana del momento.

El vídeo que os proponemos es la versión que Al Jolson hizo en 1920 de “Swanee”, una canción con letra de Irvin Caesar y cuya melodía se dice que fue escrita en diez minutos por Gershwin para un musical en Nueva York. En su estreno “Swanee” no tuvo gran trascendencia, pero cuando Al Jolson, que era una auténtica celebridad del momento, decidió incluirla en su espectáculo “Sinbad” y grabarla para el sello Columbia Records, se convirtió en un éxito absoluto.

Salón México de Aaron Copland

Aaron Copland, que estudió piano en París con Ricardo Viñes y composición con Nadia Boulanger, contribuyó con sus composiciones al crecimiento de la música seria americana en el siglo XX. Compuso “Salón México” para orquesta sinfónica, entre 1932 y 1936,después de una visita a México. Quería transmitir el espíritu de este país desde su propio estilo. La pieza debe su título a un salón de baile nocturno de la ciudad de México, que frecuentaron durante varios meses Copland y su amigo, el compositor y director de orquesta, Carlos Chávez. Puede verse en ella una gran estructura ternaria con una larga Introducción y una Coda final. Incluye temas del folklore mexicano adaptados por Copland. En ella destaca la superposición y mezcla de ritmos ternarios y binarios, los contrastes de tempo, las síncopas y una instrumentación donde los vientos y la percusión son los principales protagonistas.

Esta versión que recomendamos es el arreglo para piano, de la versión orquestal de “Salón México”, que hizo un jovencísimo Leonard Bernstein en 1941, a petición de la editorial Boosey & Hawkes. Bernstein hizo también un arreglo para dos pianos que tocó en numerosas ocasiones con su admirado Copland

Bernstein

 

Club de música: Romanticismo. El piano y sus antepasados.

El piano es sin duda alguna el instrumento estrella del Romanticismo, puesto que durante esta época gran parte de las composiciones, ya fueran dirigidas a un escenario o a una pequeña sala, contaron con el piano y le otorgaron en muchas ocasiones un papel protagonista. La explicación más razonable para que esto sucediera es que el timbre del piano y sus posibilidades técnicas coincidían perfectamente con los ideales estéticos del movimiento romántico. Pero tanto el timbre, como la técnica pianística no fueron sino consecuencia de los avances que se produjeron en la construcción del instrumento durante las primeras décadas del siglo XIX. De hecho, no podemos hablar de piano antes de 1820. Para entender esto, lo mejor es retroceder en el tiempo y conocer los antepasados del piano.

Clavicordio

El clavicordio es un pequeño instrumento de cuerda percutida que surgió a finales de la Edad Media. Básicamente consiste en una caja rectangular con un teclado, unas cuerdas, un puente y una tabla de resonancia. Su funcionamiento es muy sencillo. Al accionar una tecla, la pieza de metal (tangente) que está al final de la misma golpea o percute la cuerda, produciéndose así el sonido. Este instrumento podía hacer variaciones de volumen, con lo que resultaba muy expresivo, sin embargo, su sonido era tan pequeño que sólo podía emplearse en el ámbito doméstico, para estudiar o componer. Con este fin lo usaron muchos compositores barrocos y clásicos, como J.S. Bach y W.A. Mozart.

Clave (clavecín o clavicémbalo)

El clave es un instrumento de cuerda pulsada que surgió en el siglo XV y que se convirtió en uno de los protagonistas del Barroco musical. Como el clavicordio, tiene una caja (de un tamaño mucho mayor), un teclado (que a veces puede ser doble), las cuerdas (que ahora están tendidas en la dirección de las teclas) y una tabla de resonancia que ocupa toda la caja. A diferencia de lo que ocurría en el clavicordio, en el clave las cuerdas no son golpeadas, sino pulsadas o pinzadas (de la misma manera que ocurre en una guitarra o en un arpa) gracias a un plectro que lleva adosado el mecanismo de la tecla. El clave tenía un gran sonido, ideal para los conciertos públicos, sin embargo, su funcionamiento impedía la variación de volumen, es decir, una nota podía sonar o no sonar, pero no se podía hacer suave o fuerte, lo cual suponía una limitación expresiva importante.

Fortepiano

Hacia 1700 Bartolomeo Cristofori decidió combinar las ventajas de los dos instrumentos de tecla ya existentes: la expresividad del clavicordio con la potencia sonora del clave. Lo que hizo fue idear un mecanismo para el clave que percutiera la tecla en lugar de pinzarla. De esta manera, al variar la fuerza con la que se accionaba la tecla, se modificaba también el volumen sonoro. Así, era posible conseguir un sonido fuerte (o forte en italiano) y un sonido suave (o piano). De ahí el nombre que se dio al instrumento: fortepiano o pianoforte. Junto al mecanismo de la tecla, el fortepiano fue introduciendo algunas novedades, como los pedales (que se accionaban con la rodilla). Este instrumento llegó a su apogeo durante el Clasicismo musical y es con el que W.A.Mozart o L.v.Beethoven adquirieron fama como intérpretes.

Piano

Durante la primera mitad del sigo XIX los constructores de fortepianos fueron introduciendo mejoras en el instrumento. La más importante fue la incorporación (gracias a la Revolución Industrial) de un armazón de hierro fundido, capaz de soportar una tensión enorme de las cuerdas. Este cambio trajo consigo muchos otros. Gracias al armazón era posible tener más cuerdas (con lo que se amplió la tesitura del instrumento) y esas cuerdas podían estar más tensas  (con lo que se consiguió un volumen mucho mayor). El otro cambio definitivo fue la mejora del mecanismo de la tecla gracias a la doble repetición (que permitía hacer notas repetidas a mayor velocidad). También cambiaron los pedales, que pasaron a ser tres y se accionaban con los pies. La consecuencia de todo esto fue que el timbre de este “pianoforte” mejorado ya no era el mismo. Así nace el piano (apócope de pianoforte), la estrella del Romanticismo musical.