Club de Música: Barroco temprano

Amarilli mia bella de Caccini. Philippe Jaroussky

A finales del siglo XVI en Florencia, el conde Bardi reunió en su casa palacio a un grupo de intelectuales y artistas que jugaron un papel fundamental en el paso del Renacimiento al Barroco musical. Este grupo, conocido hoy como la Camerata florentina, consideraba que la música del momento, fundamentalmente polifónica, no era la más deseable pues difícilmente se podía transmitir la emoción de un texto a través de una maraña de voces independientes. El ideal a seguir lo encontraron en la tragedia griega, de la que se sabía que causaba un impacto emocional enorme sobre el público y a la que se le suponía una música que consistía en una melodía cantada con un acompañamiento instrumental sencillo. De acuerdo con estas teorías muchos compositores del momento comenzaron a abandonar poco a poco la polifonía, para decantarse por una textura homofónica.

 Un claro ejemplo es la composición Amarilli mia bella de Caccini, que fue publicada en 1602 y que consiste en una melodía con un bajo continuo. En ella Caccini se sirvió de gran cantidad de recursos musicales con el fin de que la música transmitiera fielmente la emoción del texto. Así, podemos escuchar cómo los giros melódicos se ajustan al significado de las palabras, cómo el ritmo se acelera cuando también lo hace la acción o cómo el uso del cromatismo consigue  transmitir el dolor del amante rechazado.

 A pesar de que hoy en día esta música nos resulta natural, hay que tener en cuenta que supuso un cambio trascendental en la época, tanto que fue precisamente en este momento (comienzos del siglo XVII) cuando, no sólo se establecen las bases de la música barroca, sino que se asientan muchos aspectos musicales (como el uso de la tonalidad) que se han mantenido hasta hoy, tanto en la música “clásica”, como en el pop, rock o jazz.

L’Orfeo de Monteverdi. Jordi Savallorfeo

El comienzo del siglo XVII estuvo marcado desde el punto de vista musical por la experimentación. Tomando como modelo la tragedia griega, la cual según las investigaciones de la época debía haberse cantado en su totalidad, muchos compositores del momento se dispusieron a crear obras de teatro en música, es decir, lo que hoy llamamos óperas. Fueron varios los intentos y, aunque la más antigua de estas obras fue Euridice de Peri y Caccini (1600), corresponde a Claudio Monteverdi el honor de crear la primera ópera, por contar L’Orfeo con todas las características que una composición como tal debe tener. Así, comienza con una introducción instrumental, llamada toccata, que pone de manifiesto la escritura idiomática que se va a desarrollar durante todo el Barroco. En las partes vocales ya se distinguen arias, en las que los personajes expresan sus sentimientos, y recitativos, que sirven para el avance de la acción. También encontramos coros, danzas e interludios orquestales. Todo ello combinado de una manera excelente por parte de Monteverdi, quien consigue como resultado un espectáculo completo y enormemente variado. Llama la atención que esta fábula en música, como se tituló en su momento, fuera estrenada en 1607, es decir, sólo cuatro años después de que Tomás Luis de Victoria compusiera su Requiem.

 En cuanto a la producción de Jordi Savall y el Liceo de Barcelona, decir que es muy recomendable ya que, más allá del rigor histórico o la calidad musical, que son evidentes, resulta un espectáculo verdaderamente atrayente que nos transporta a la Italia de comienzos del siglo XVII. Conviene no dejar de ver los comentarios sobre la producción que se encuentran en el DVD, ya que ofrecen información muy interesante sobre el momento en el que fue compuesta y estrenada la ópera, así como sobre la propia producción.

Club de cine Espigadores: Alas

Este sugerente título será la propuesta para nuestra siguiente sesión: Alas, película dirigida en 1927 por William A. Wellman, prolífico director americano. Será nuestra cuota anual de cine mudo, desconocido para el gran público, pero sorprendentemente moderno, como hemos apreciado en sesiones pasadas, con Y el mundo marcha (The crowd, 1928) de King Vidor y La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1928), de Carl Th. Dreyer.

Wings

Además, será una sesión muy oportuna por diversas razones. Por un lado, en plena resaca de nominaciones para los óscar y cuando la cartelera se está llenando de los films propuestos para conseguir la preciada estatuilla, tendremos la oportunidad de ver la primera película de la historia que se llevó el óscar a la mejor película, justo el año en que se crearon.

AlasPor otro lado, 2014 es el centenario de la Gran Guerra, y justo antes de que nos hartemos de eventos, ciclos, libros, exposiciones… conmemorativos, veremos una peli centrada precisamente en la contienda mundial. Sera, además, la primera vez que proyectemos en el club de cine una película bélica, un género muy cultivado por el séptimo arte.

Tres militares

Atención sobre todo a los aspectos técnicos, muy sorprendentes para la época. Y a quienes no les interese esto… ¡sale Gary Cooper!

¡Ojo! La película dura casi 140 minutos, por lo que comenzaremos con puntualidad militar…

Tertulia flamenca: Los (cuentos) y cantes de Enrique Lozano El Pescao (2)

«Yo estoy hecho, pero hay que tumbar». Así decía Enrique Lozano el Pescao a su guitarrista Liroy en el regreso al salón de actos de la Biblioteca Pública de Valladolid tras un intermedio. De lo sucedido hasta entonces hemos hablado en la anterior entrada. Una primera parte para tomar contacto, mostrar su persona, su decir y pensar e ir templando su cante, el que sería principal protagonista en la segunda parte de su comparecencia en la Tertulia Flamenca

El PescaoLas ‘historias’ de este contador a la manera gitana quedaron reducidas a un par de anécdotas y teorías (como la de que las barras estrechas de los bares «deforman a las camareras»: barras grandes, por favor). «Como siga hablando, no canto», dijo y se puso con el cante para acabar lo empezado, agradando, y mucho, a l@s presentes, estableciéndose un ambiente de cordialidad, de ‘cuartito’ casi, que es lo que parece propiciar Enrique con esa forma tan personal suya de estar, ser y hacer el cante, libre, dejándose llevar, tomando maneras de otros -algunos les había criticado antes por no ser muy flamenco-, fiel a lo que dijo de, «para cantar flamenco te tiene que doler la tripa». Casi un iconoclasta, porque respeta a algunos maestros, pero muy pocos.

Empezó por sevillanas y tientos con unas letras dedicadas a toreros. Sólo tres, José Tomás, Rafael de Paula y Curro Romero. A este último le señaló como «gitano», lo que motivó una respuesta por parte de uno de los presentes, Paquillo, al terminar los cantes:
-El Curro Romero no es gitano.
-Es cuchichí -respondió Enrique- ¿sabes lo que es eso?.
-Yo creo que tampoco.
-Entonces, tiene el garlochí gitano.
Risas arrancó este diálogo, que reforzaba aún más la complicidad entre cantaor y asistentes. Siguió por bamberas, «aquí me voy a complicar ya». Al término de la cual habló sobre las bodas gitanas, de cantes que están como prohibidos como «las pertenencias», en referencia a la petenera, que no nombró, pero sí cantó a palo seco.
Dijo que iba a hacer a continuación una granaína, pero se desvió -«esto de dormir en casa de la hermana y que la hermana tenga una niña que es un cerebrito y se levante a las seis de la mañana… no duermo»-, para hablar de «una sevillana que hace, hacía, hizo… y yo el primer día que la escuché, con unos amigos en Madrid, pintores como Manolo Quejido, Antón Lamazares, que lo tenían en cinta (cassette); grábamela, le dije, y me la graba; grábala otra vez, y le hice grabar la sevillana cinco veces. Y es una sevillana que hace Camarón de la Isla, pero esa sevillana que hace Camarón de la Isla vale por 200 seguiriyas. Cómo la canta. Te regala años, años».
-¿Cómo dice, Enrique, cómo dice? -pregunta Miguel
-«Me voy a poner unos zapatitos…» -recita Pedro (luego contaría, que no ha vuelto a escuchar estas sevillanas, porque le vencen los sentimientos).
Y cantó Enrique no sólo esta sevillana («Toma que toma»), sino las otras tres que Camarón cantara en su testamento cinematográfico.

El PescaoLos aplausos eran cada vez más cálidos, intensos, entregados. Alguien dijo, «vamos, Liroy«, haciendo justicia al toque del guitarrista. Siguió el palentino con una larga tanda de soleás, que remató con una letra suya dedicada a Camarón:

Pongamos que hablo de Camarón
su voz era un misterio
que fecundó los lienzos de la vida
con rasgos que nos daban
den-te-lla-das
en el alma

Un remate, muy sui generis, que le llevó a decir, «he hecho la soleá más compistiloide del mundo». Prosiguió por fandangos, y ya al límite del horario del cierre de la Biblioteca, tras casi una hora en esta segunda parte, terminó por seguiriyas, «si llego». Y llegó, y también a nuestros corazones, por así decirlo y resumir una tarde de gran disfrute, de buen flamenco. Más cerca del goce que de lo placentero, y que se prolongaría una vez fuera de la Biblioteca, con más cante, igual ambiente. Gracias, Enrique Lozano el Pescao.

El PescaoPescao8

Fuente: http://tiempoflamenco.blogspot.com.es/

Tertulia flamenca: Los (cuentos) y cantes de Enrique Lozano El Pescao (1))

Si esto fuera un periódico la comparecencia de Enrique Lozano el Pescao en la Tertulia Flamenca, de la Biblioteca Pública de Valladolid –la última del 2013-, dejaría varios titulares: “Para cantar flamenco uno tiene que ser gitano”; “El 99,9% de los cantaores cantan todos igual”; “Para cantar flamenco uno tiene que tener un corazoncito de verdad”; “Yo, por de pronto, ando mejor de rodillas que de pelas”; “Acepto la fusión, siempre que haya un cantaor”; «¿Qué tres cosas me llevaría a una isla desierta? Tres mujeres”…

El Pescao

Y esto sólo de la primera parte de su charla-recital, hasta que hizo un intermedio, “tal vez para tomarme una copa, porque esta agua…”; para continuar y ofrecer un total de dos horas -y otro tanto, después, en familia, tras cerrar la Biblioteca- a un auditorio más lleno que en otras ocasiones.

El cantaor palentino estuvo generoso, entregado, respetuoso e irreverente, provocador, exagerado, teatral, cuentista, tierno, bromista, cabal, gitano 100%. Trajo sus verdades y su cante de verdad, según su entender, hacer y vivir.

“Desde que se le propuso venir aquí, Enrique ha estado encantado con la idea de estar con los aficionados de Valladolid. Ha recorrido un montón de sitios, es un cantaor reconocido, no siendo andaluz, sino del interior, gitano. Tiene su propia vivencia del flamenco porque ha vivido y piensa”, expuso a modo de introducción nuestro factotum de la Tertulia, Quique, agradeciendo a la directora de la Biblioteca Pública de Palencia, María José, la mediación a la hora de contactar con Pescao.

El Pescao con el guitarrista Liroy

El cantaor vino acompañado de un joven guitarrista, Liroy, para quien tuvo muchas palabras de elogio: “Después de andar con un montón de guitarristas, le escuché y dije: aquí me planto. Creo que toca como los ángeles, sin haber ido a una escuela, ni haber estado en Jerez de la Fontaneira. Él ha estado en su casa, escuchando al monstruo de todos los tiempos, Paco de Lucía, y al otro monstruo, Camarón; y de ahí ha ido haciendo un algo. Pero yo sé que me entiendo con él y, además, los dos somos de Palencia. A mí se me clava en el alma su toque”.

Y empezaron por soleá, y luego, por malagueñas. Empezaba a ganarse al auditorio, Enrique, quien ya había puesto en estado de agitación los pensamientos y sentimientos de l@s presentes con sus palabras más que con su cante, en el que iba templándose.

Habló de otros guitarristas, alguno allí presente, de cómo aprendió compás con un guitarrista de Salamanca; de los tiempos en que “me asomaba al balcón del flamenco”; de cuando empalmaba noches de fiesta con aficionados –recordó a unos cuantos vallisoletanos- y la entrada a su trabajo en una delegación de muebles: “En aquel tiempo yo no tenía ni santísima idea del flamenco, ¡no metía el cante! Yo tenía una voz, y la gente decía, es un monstruo. Y yo sabía que no sabía… y les gusta. Pero me daba unas palizas enormes. Y empecé a investigar, a mi manera. Y hoy, no sé si me he pasado, pero vuelvo loco a los guitarristas”.

El Pescao

Pedro, de la Tertulia, aprovechó un respiro en la charla del cantaor para citar a un guitarrista nacido en estas tierras, Araceli Vargas, y hacer una reflexión sobre que, “en esta tierra el flamenco suena distinto, y en tu disco –Gitano de tierra adentro– aquel cante por seguiriyas tiene una dureza que no la visto por ahí. Ese cante fue tema de conversación en una reunión, hace años en el Festival de Las Minas, con personas como Paco Vargas, Bohórquez, Gamboa, Pencho Cros, y nos preguntábamos, y te pregunto, ¿qué es de este cantaor que tenía que tener mando en plaza, que tenía que estar ahí arriba?”.

“A mí me ha pasado lo más maravilloso, estar cantando para ustedes. Yo, para cantar ahí arriba tenía que haber pasado por lo que está pasando un montón de gente, y yo no paso por ahí. Me gusta estar aquí, tengo mis conciertos, voy a ganar dos perras, dos, pero voy a ganar: Me voy a hacer más grande, porque me gusta cantar para la gente”.

Contó historias, vivencias y experiencias, puso ejemplos y “comparancias” como si fueran cuentos, con embrujo de cuentista gitano; dictó sentencias, y si algunas no llegaron a causar malestar fue porque estaban dichas con un punto de alegría, con ‘gracia’; acompañadas de una teatralidad tal que un actor, un caricato, que anulaba lo que podía ser desprecio. Desde su pasión por lo jondo. Dio explicaciones, incluso fue didáctico; entró siempre al trapo porque, “sin confrontación no hay diálogo”.

El PescaoUna larga charla la de El Pescao, que puede resumirse con estas sus palabras: “Para cantar flamenco uno tiene que ser gitano, y si no es gitano es haber jugado al escondite con el hambre; y si es así, un quejido por siguiriyas le da el hambre”. Palabras que despertaron definitivamente los sentimientos, ensancharon el alma, que se dice, y condujeron al final de una primera parte con un cierre por tarantos, con dos letras suyas: “Una la hice un día que estuve cantando con Carmen Linares en Barruelo (Palencia), pueblo minero; y la otra se me ocurrió hace cosa de unos dos meses. Hay un concurso de letras de las minas y a mí me gustaría llevarlas a ver qué dicen, porque como el premio ya está dado, sólo para que a alguno le revuelva las tripas”. Y cantó (la métrica es mía):

Un pozo en Barruelo ha
Que le llaman el Calero
Ha acabado con muchas vidas
Entre ellas las de mi padre, ay,
Pero a mí no me intimida
Ay, en el hoy de una mina
Había un hombre malherío
Y a mí me dijo, muy frío,
Que mira si soy minero
Me estoy muriendo y me río.

Club de cine espigadores: Gretta querida, ¿en qué piensas?

Es el día de la Epifanía de 1904 y está a punto de comenzar una de las celebraciones más concurridas de Dublín, la fiesta de las señoritas Morkan…

clubespigadores1Nada mejor para comenzar el año que una película que se desarrolla casi, casi en un día como hoy… hace ciento diez años. (Y basada en un cuento publicado hace cien años exactamente). El tiempo pasa, se nos escapa de las manos, entonces y ahora, y la película trata precisamente de eso.

¿Qué puede decirse de una peli que hace llorar al mismísimo Carlos Boyero? Aunque no es costumbre en el club adelantar críticas antes de ver una película, esta vez haremos una excepción, ya que hemos leído el relato de James Joyce en el que se basa (y que no causó muy buena impresión en algunos clubes de lectura):

  • Elegida por los críticos españoles como la mejor película de los ochenta, «Dublineses» es una de esas joyas que hace de la simplicidad y la transparencia su mejor virtud. Huston eligió el soberbio relato de Joyce para realizar su testamento cinematográfico, un film lleno de sinceridad y nostalgia con un final tan inesperado como conmovedor. Talento, humildad y emoción para una obra maestra absoluta, un oasis de clasicismo hollywoodiense a finales de la peor década de la historia del cine americano.

Daniel Andreas: FILMAFFINITY

  • «Una reflexión acerca del paso del tiempo, de lo inevitable de la decadencia y de la muerte y, en especial, de la nostalgia por lo irrecuperable. Una declaración de amor al cine»

Miguel Ángel Palomo: Diario El País

No es Dublineses una película que gustará a todos los espectadores. Tienen su parte de razón aquellos que dicen que se aburrieron viéndola.

Gort (registrado en Filmaffinity)

clubespigadores2clubespigadores3Los muertos se marchan, pero nunca del todo, y aunque les creamos muy lejos y ajenos ya a nuestro mundo, se resisten siempre a abandonarlo y siguen en él durante largo tiempo, igual que cuando vivían y cumplían, por banal o insignificante que fuera, un papel en nuestras vidas. No existen porque se fueron, y sin embargo ahí continúan, tenaces y persistentes y aferrados al espacio de los vivos, quién sabe si a la espera o en descanso y contemplación, posados en los objetos que tocaron y en los vasos de que bebieron, en los ecos de las risas de quienes rieron algún día sus bromas y entre las notas dormidas de canciones que, al despertar, despiertan también su recuerdo en aquellos que les conocieron mientras vivieron. No respiran ni padecen y nadie puede volver a verlos, pero nos miran y nos hablan y vagan entre nosotros, aguardando a que la memoria de los vivos dicte algún día su definitiva disolución, porque nadie vive para siempre pero tampoco muere nunca del todo, aunque su cuerpo deje algún día el mundo que conocemos. (…)

Hay quien señala en esta película taras sin número: se sostiene sobre abundantes diálogos, en buena medida triviales y accesorios; no hay nada que se pueda llamar un auténtico conflicto; es plana y funcional; los setenta primeros minutos, en fin, son una simple introducción al último cuarto de hora. Es muy posible, sin embargo, que quienes así opinan estén olvidando que a Huston nunca le importó tanto el cine como la vida y que, en buena medida, la vida es así, trivial, plana y repleta de palabras y momentos intrascendentes que sólo adquieren relieve cuando ya nada importa y puede brotar, por ello mismo, la belleza sencilla y serena de la auténtica poesía, la de esos inigualables quince minutos finales, en los que Huston invoca a su propia sombra, una sombra que nos recuerda lo que sin duda seremos un día, cuando venga al fin la nieve y no estemos allí para verla caer.

 Normelvis Bates (registrado en Filmaffinity)

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Unos toquecitos en el cristal lo hicieron volverse a la ventana. Otra vez había empezado a nevar. Soñoliento, se fijó en los copos, plata y sombra, cayendo oblicuos contra la farola. Le había llegado el momento de encaminarse al Oeste. Sí, los periódicos tenían razón: la nieve caía por toda Irlanda. Caía por toda la oscura llanura central, sobre las colinas desnudas; caía suavemente sobre la Marisma de Allen y, más hacia el oeste, suave caía sobre las oscuras olas amotinadas del Shannon. Caía también en la colina del cementerio solitario en que yacía enterrado Michael Furey. Se amontonaba espesa sobre las cruces y lápidas torcidas, en las lanzas de la pequeña verja, sobre los espinos resecos. Su alma fue desvaneciéndose mientras oía caer la nieve tenuemente por todo el universo, y tenuemente caer, como el descenso de un último ocaso, sobre todos los vivos y los muertos.

«Los muertos»

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Dublineses (Los muertos) (The dead, John Huston, 1987), basada en el relato Los muertos, de James Joyce, incluido en su libro Dublineses (Dubliners, 1914).