Tertulia flamenca: Los (cuentos) y cantes de Enrique Lozano El Pescao (2)

«Yo estoy hecho, pero hay que tumbar». Así decía Enrique Lozano el Pescao a su guitarrista Liroy en el regreso al salón de actos de la Biblioteca Pública de Valladolid tras un intermedio. De lo sucedido hasta entonces hemos hablado en la anterior entrada. Una primera parte para tomar contacto, mostrar su persona, su decir y pensar e ir templando su cante, el que sería principal protagonista en la segunda parte de su comparecencia en la Tertulia Flamenca

El PescaoLas ‘historias’ de este contador a la manera gitana quedaron reducidas a un par de anécdotas y teorías (como la de que las barras estrechas de los bares «deforman a las camareras»: barras grandes, por favor). «Como siga hablando, no canto», dijo y se puso con el cante para acabar lo empezado, agradando, y mucho, a l@s presentes, estableciéndose un ambiente de cordialidad, de ‘cuartito’ casi, que es lo que parece propiciar Enrique con esa forma tan personal suya de estar, ser y hacer el cante, libre, dejándose llevar, tomando maneras de otros -algunos les había criticado antes por no ser muy flamenco-, fiel a lo que dijo de, «para cantar flamenco te tiene que doler la tripa». Casi un iconoclasta, porque respeta a algunos maestros, pero muy pocos.

Empezó por sevillanas y tientos con unas letras dedicadas a toreros. Sólo tres, José Tomás, Rafael de Paula y Curro Romero. A este último le señaló como «gitano», lo que motivó una respuesta por parte de uno de los presentes, Paquillo, al terminar los cantes:
-El Curro Romero no es gitano.
-Es cuchichí -respondió Enrique- ¿sabes lo que es eso?.
-Yo creo que tampoco.
-Entonces, tiene el garlochí gitano.
Risas arrancó este diálogo, que reforzaba aún más la complicidad entre cantaor y asistentes. Siguió por bamberas, «aquí me voy a complicar ya». Al término de la cual habló sobre las bodas gitanas, de cantes que están como prohibidos como «las pertenencias», en referencia a la petenera, que no nombró, pero sí cantó a palo seco.
Dijo que iba a hacer a continuación una granaína, pero se desvió -«esto de dormir en casa de la hermana y que la hermana tenga una niña que es un cerebrito y se levante a las seis de la mañana… no duermo»-, para hablar de «una sevillana que hace, hacía, hizo… y yo el primer día que la escuché, con unos amigos en Madrid, pintores como Manolo Quejido, Antón Lamazares, que lo tenían en cinta (cassette); grábamela, le dije, y me la graba; grábala otra vez, y le hice grabar la sevillana cinco veces. Y es una sevillana que hace Camarón de la Isla, pero esa sevillana que hace Camarón de la Isla vale por 200 seguiriyas. Cómo la canta. Te regala años, años».
-¿Cómo dice, Enrique, cómo dice? -pregunta Miguel
-«Me voy a poner unos zapatitos…» -recita Pedro (luego contaría, que no ha vuelto a escuchar estas sevillanas, porque le vencen los sentimientos).
Y cantó Enrique no sólo esta sevillana («Toma que toma»), sino las otras tres que Camarón cantara en su testamento cinematográfico.

El PescaoLos aplausos eran cada vez más cálidos, intensos, entregados. Alguien dijo, «vamos, Liroy«, haciendo justicia al toque del guitarrista. Siguió el palentino con una larga tanda de soleás, que remató con una letra suya dedicada a Camarón:

Pongamos que hablo de Camarón
su voz era un misterio
que fecundó los lienzos de la vida
con rasgos que nos daban
den-te-lla-das
en el alma

Un remate, muy sui generis, que le llevó a decir, «he hecho la soleá más compistiloide del mundo». Prosiguió por fandangos, y ya al límite del horario del cierre de la Biblioteca, tras casi una hora en esta segunda parte, terminó por seguiriyas, «si llego». Y llegó, y también a nuestros corazones, por así decirlo y resumir una tarde de gran disfrute, de buen flamenco. Más cerca del goce que de lo placentero, y que se prolongaría una vez fuera de la Biblioteca, con más cante, igual ambiente. Gracias, Enrique Lozano el Pescao.

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Fuente: http://tiempoflamenco.blogspot.com.es/

Tertulia flamenca: Los (cuentos) y cantes de Enrique Lozano El Pescao (1))

Si esto fuera un periódico la comparecencia de Enrique Lozano el Pescao en la Tertulia Flamenca, de la Biblioteca Pública de Valladolid –la última del 2013-, dejaría varios titulares: “Para cantar flamenco uno tiene que ser gitano”; “El 99,9% de los cantaores cantan todos igual”; “Para cantar flamenco uno tiene que tener un corazoncito de verdad”; “Yo, por de pronto, ando mejor de rodillas que de pelas”; “Acepto la fusión, siempre que haya un cantaor”; «¿Qué tres cosas me llevaría a una isla desierta? Tres mujeres”…

El Pescao

Y esto sólo de la primera parte de su charla-recital, hasta que hizo un intermedio, “tal vez para tomarme una copa, porque esta agua…”; para continuar y ofrecer un total de dos horas -y otro tanto, después, en familia, tras cerrar la Biblioteca- a un auditorio más lleno que en otras ocasiones.

El cantaor palentino estuvo generoso, entregado, respetuoso e irreverente, provocador, exagerado, teatral, cuentista, tierno, bromista, cabal, gitano 100%. Trajo sus verdades y su cante de verdad, según su entender, hacer y vivir.

“Desde que se le propuso venir aquí, Enrique ha estado encantado con la idea de estar con los aficionados de Valladolid. Ha recorrido un montón de sitios, es un cantaor reconocido, no siendo andaluz, sino del interior, gitano. Tiene su propia vivencia del flamenco porque ha vivido y piensa”, expuso a modo de introducción nuestro factotum de la Tertulia, Quique, agradeciendo a la directora de la Biblioteca Pública de Palencia, María José, la mediación a la hora de contactar con Pescao.

El Pescao con el guitarrista Liroy

El cantaor vino acompañado de un joven guitarrista, Liroy, para quien tuvo muchas palabras de elogio: “Después de andar con un montón de guitarristas, le escuché y dije: aquí me planto. Creo que toca como los ángeles, sin haber ido a una escuela, ni haber estado en Jerez de la Fontaneira. Él ha estado en su casa, escuchando al monstruo de todos los tiempos, Paco de Lucía, y al otro monstruo, Camarón; y de ahí ha ido haciendo un algo. Pero yo sé que me entiendo con él y, además, los dos somos de Palencia. A mí se me clava en el alma su toque”.

Y empezaron por soleá, y luego, por malagueñas. Empezaba a ganarse al auditorio, Enrique, quien ya había puesto en estado de agitación los pensamientos y sentimientos de l@s presentes con sus palabras más que con su cante, en el que iba templándose.

Habló de otros guitarristas, alguno allí presente, de cómo aprendió compás con un guitarrista de Salamanca; de los tiempos en que “me asomaba al balcón del flamenco”; de cuando empalmaba noches de fiesta con aficionados –recordó a unos cuantos vallisoletanos- y la entrada a su trabajo en una delegación de muebles: “En aquel tiempo yo no tenía ni santísima idea del flamenco, ¡no metía el cante! Yo tenía una voz, y la gente decía, es un monstruo. Y yo sabía que no sabía… y les gusta. Pero me daba unas palizas enormes. Y empecé a investigar, a mi manera. Y hoy, no sé si me he pasado, pero vuelvo loco a los guitarristas”.

El Pescao

Pedro, de la Tertulia, aprovechó un respiro en la charla del cantaor para citar a un guitarrista nacido en estas tierras, Araceli Vargas, y hacer una reflexión sobre que, “en esta tierra el flamenco suena distinto, y en tu disco –Gitano de tierra adentro– aquel cante por seguiriyas tiene una dureza que no la visto por ahí. Ese cante fue tema de conversación en una reunión, hace años en el Festival de Las Minas, con personas como Paco Vargas, Bohórquez, Gamboa, Pencho Cros, y nos preguntábamos, y te pregunto, ¿qué es de este cantaor que tenía que tener mando en plaza, que tenía que estar ahí arriba?”.

“A mí me ha pasado lo más maravilloso, estar cantando para ustedes. Yo, para cantar ahí arriba tenía que haber pasado por lo que está pasando un montón de gente, y yo no paso por ahí. Me gusta estar aquí, tengo mis conciertos, voy a ganar dos perras, dos, pero voy a ganar: Me voy a hacer más grande, porque me gusta cantar para la gente”.

Contó historias, vivencias y experiencias, puso ejemplos y “comparancias” como si fueran cuentos, con embrujo de cuentista gitano; dictó sentencias, y si algunas no llegaron a causar malestar fue porque estaban dichas con un punto de alegría, con ‘gracia’; acompañadas de una teatralidad tal que un actor, un caricato, que anulaba lo que podía ser desprecio. Desde su pasión por lo jondo. Dio explicaciones, incluso fue didáctico; entró siempre al trapo porque, “sin confrontación no hay diálogo”.

El PescaoUna larga charla la de El Pescao, que puede resumirse con estas sus palabras: “Para cantar flamenco uno tiene que ser gitano, y si no es gitano es haber jugado al escondite con el hambre; y si es así, un quejido por siguiriyas le da el hambre”. Palabras que despertaron definitivamente los sentimientos, ensancharon el alma, que se dice, y condujeron al final de una primera parte con un cierre por tarantos, con dos letras suyas: “Una la hice un día que estuve cantando con Carmen Linares en Barruelo (Palencia), pueblo minero; y la otra se me ocurrió hace cosa de unos dos meses. Hay un concurso de letras de las minas y a mí me gustaría llevarlas a ver qué dicen, porque como el premio ya está dado, sólo para que a alguno le revuelva las tripas”. Y cantó (la métrica es mía):

Un pozo en Barruelo ha
Que le llaman el Calero
Ha acabado con muchas vidas
Entre ellas las de mi padre, ay,
Pero a mí no me intimida
Ay, en el hoy de una mina
Había un hombre malherío
Y a mí me dijo, muy frío,
Que mira si soy minero
Me estoy muriendo y me río.