«Yo estoy hecho, pero hay que tumbar». Así decía Enrique Lozano el Pescao a su guitarrista Liroy en el regreso al salón de actos de la Biblioteca Pública de Valladolid tras un intermedio. De lo sucedido hasta entonces hemos hablado en la anterior entrada. Una primera parte para tomar contacto, mostrar su persona, su decir y pensar e ir templando su cante, el que sería principal protagonista en la segunda parte de su comparecencia en la Tertulia Flamenca
Las ‘historias’ de este contador a la manera gitana quedaron reducidas a un par de anécdotas y teorías (como la de que las barras estrechas de los bares «deforman a las camareras»: barras grandes, por favor). «Como siga hablando, no canto», dijo y se puso con el cante para acabar lo empezado, agradando, y mucho, a l@s presentes, estableciéndose un ambiente de cordialidad, de ‘cuartito’ casi, que es lo que parece propiciar Enrique con esa forma tan personal suya de estar, ser y hacer el cante, libre, dejándose llevar, tomando maneras de otros -algunos les había criticado antes por no ser muy flamenco-, fiel a lo que dijo de, «para cantar flamenco te tiene que doler la tripa». Casi un iconoclasta, porque respeta a algunos maestros, pero muy pocos.
Los aplausos eran cada vez más cálidos, intensos, entregados. Alguien dijo, «vamos, Liroy«, haciendo justicia al toque del guitarrista. Siguió el palentino con una larga tanda de soleás, que remató con una letra suya dedicada a Camarón:
Un remate, muy sui generis, que le llevó a decir, «he hecho la soleá más compistiloide del mundo». Prosiguió por fandangos, y ya al límite del horario del cierre de la Biblioteca, tras casi una hora en esta segunda parte, terminó por seguiriyas, «si llego». Y llegó, y también a nuestros corazones, por así decirlo y resumir una tarde de gran disfrute, de buen flamenco. Más cerca del goce que de lo placentero, y que se prolongaría una vez fuera de la Biblioteca, con más cante, igual ambiente. Gracias, Enrique Lozano el Pescao.





