Club de cine Espigador@s: ¡Empieza el espectáculo!

Ese fue el subtítulo en España de la película que veremos en esta sesión: All that jazz (Bob Fosse, 1979). Los distribuidores patrios, acostumbrados como nos tienen a cambiar a su antojo los títulos de las películas, esta vez mantuvieron el original y le añadieron una frase llamativa. Menos mal.

Es una propuesta de Carlos Tejero, que nos envía el siguiente texto:

Bob Fosse (1927-1987) es uno de los grandes coreógrafos y directores musicales de Broadway. Como bailarín no sólo actuó en Broadway sino que también lo hizo en varios musicales cinematográficos. Como director cinematográfico realizó cinco películas, dos de ellas ‘Cabaret’ (1972) y ‘All that jazz’ (1979) están consideradas dos cumbres del cine musical norteamericano, aparte de su éxito, por su aportación a la modernización del género musical.

‘All that jazz’ también conocida español como ‘Empieza el espectáculo’, ganó cuatro Oscars, la Palma de Oro de Cannes y dos premios BAFTA. La película está basada en el intenso y estresante periodo de trabajo de Bob Fosse en 1975, en el que simultáneamente montaba ‘Lenny’, su última película, y preparaba el musical ‘Chicago’ en Broadway.

El argumento narra el periodo de tiempo en el que Joe Gideon, coreógrafo y director, que está montando su última película y simultáneamente preparando un musical en Broadway, como le sucedió realmente Bob Fosse, mostrando al protagonista en cada uno de los momentos de su actividad y su relación con las personas de su entorno más cercano, así como con todas aquellas personas que intervienen en su actividad profesional. La actividad que desarrolla es frenética, al límite de su resistencia física, llegando al colapso, acabado hospitalizado por un infarto. Los médicos le recetan un periodo de estricto reposo, que no cumple y termina muriendo.

La trama incluye como escenas principales la preparación del musical, el montaje de su última película, sus problemas de salud, la hospitalización, las alucinaciones con el Ángel de la Muerte (Jessica Lange), y la despedida de la vida. Una parte de las escenas musicales se incorporan a la narración como una peripecia más de la trama, otras, las alucinaciones, siguiendo el canon clásico del musical. Las escenas musicales están montadas con planos cortos que son sincronizados con la música.

Las escenas finales de la despedida de Joe Gideon conforman la apoteosis definitiva de su vida, alcanzando el clímax de la película. Cuando Joe Gideon se da cuenta de que va a morir y comienza a imaginar lo que será las escenas culminantes de esta película: la exhortación de su hija, su novia y su exmujer para que se tome en tiempo de reposo y su despedida de la vida, de todas las personas relevantes en ella. En un espectáculo con maestro de ceremonias y cuerpo de baile incluido, Joe Gideon aparece en el escenario y se despide de cada una de estas personas al tiempo que se interpreta la canción ‘Bye, bye, life’. Al final Joe Gideon se dirije hacia el Ángel de la Muerte, que lo recibe, en un espacio luminoso y etéreo. El espectáculo ha terminado.

Con un ritmo pausado pero vibrante, el espectador se mete en la piel de este personaje ególatra y excesivo, que sacrifica a todos sus seres queridos por su obsesión creativa, alcanzando un camino de autodestrucción. ¿Podría no haberse autodestruido?

Vincent Canby, crítico norteamericano, dijo en su estreno que esta película es un turbulento despliegue de brillantez, energía, baile, confesiones a media voz, bromas internas y, especialmente, ego. Es como si Fosse nos hubiera invitado a asistir a su funeral.

it’s showtime, folks!!!

All that jazz: empieza el espectáculo (Bob Fosse, 1979) 123’

Auditorio de la Biblioteca Pública de Valladolid, jueves 29 de mayo de 2025, 19:00h

Club de cine Espigador@s: Más allá de los dos minutos infinitos

Retomamos nuestras sesiones del Club de cine, tras el largo paréntesis vacacional y festivo. Y lo hacemos con una nueva propuesta de Dani, que repite ante la falta de voluntari@s.

Este es el texto que ha preparado:

¿Y si pudieras ver dos minutos en el futuro? Y no solo eso, ¿y si pudieras usar esa visión para adelantarte aún más, usando un simple monitor y una pantalla de ordenador?

Esta es la premisa de Más allá de los dos minutos infinitos (2020, Junta Yamaguchi), una pequeña joya del cine japonés de ciencia ficción con alma de teatro indie. Esta película nos sumerge en la vida de un dueño de cafetería que descubre que su ordenador muestra lo que sucederá dos minutos más adelante… y ahí empieza el enredo. A pesar de su bajo presupuesto, la película logra conformar una historia compleja y sorprendente.

La ciencia ficción a menudo ha sido injustamente reducida al espectáculo visual, a naves espaciales, explosiones o futuros distópicos llenos de efectos especiales. Pero el género es mucho más que eso: es una herramienta poderosa para explorar ideas, cuestionar nuestra percepción del tiempo, de la realidad, y de nosotros mismos. Y dentro de sus muchas ramas, una de las más conocidas es la de los viajes en el tiempo.

En las últimas décadas hemos visto cómo el viaje en el tiempo ha sido tratado desde distintos ángulos: desde la aventura con Regreso al futuro (1985), pasando por enfoques más psicológicos como Doce monos (1995) o El efecto mariposa (2004), hasta propuestas más recientes como Tenet (2020), que apuestan por la espectacularidad visual.

El género atraviesa una paradoja curiosa: nunca ha sido tan popular, y sin embargo, pocas veces ha estado tan desvirtuada. En la actualidad, con la avalancha de adaptaciones de cómics y universos cinematográficos compartidos, el género ha pasado a formar parte del gran engranaje de lo comercial. Explosiones, viajes interdimensionales, amenazas planetarias… pero cada vez menos espacio para la imaginación, para la reflexión y para las ideas audaces que caracterizaban al género en sus orígenes.

La buena ficción no necesita capas, ni CGI, ni salvar el mundo. Necesita una pregunta poderosa y la valentía de explorar con coherencia. Ahí es donde la película propuesta marca la diferencia. Huye deliberadamente de los tópicos del género y propone algo mucho más íntimo, casi cotidiano: ¿qué pasaría si un tipo corriente, dueño de una cafetería, descubriera que su monitor puede mostrarle el futuro… pero solo dos minutos por delante?

La película es la ópera prima de Junta Yamaguchi, director japonés que se había especializado en la realización y montaje de vídeos corporativos y comerciales. Yamaguchi forma parte del grupo Europe Kikaku, una compañía de teatro y cine con sede en Kioto, conocida por sus obras de comedia y ciencia ficción con recursos mínimos pero mucho ingenio. Esta raíz teatral explica no sólo la contención espacial del filme, sino también su ritmo, su sentido del humor coral y la importancia de lo coreográfico. El rodaje se llevó a cabo en solo una semana, con un guión ajustado al milímetro y un equipo de actores y técnicos que ya habían trabajado juntos en teatro, lo que se nota en la fluidez y la compenetración de todo el reparto.

Yamaguchi apuesta por un cine colectivo, donde el equipo comparte una visión y trabaja como un engranaje. Esto se refleja en la película: cada entrada, cada giro de cámara, cada cruce de líneas temporales está perfectamente coordinado, no por efectos digitales, sino por el trabajo conjunto de todo el equipo.

Con esta primera película, Yamaguchi no solo se posiciona como una voz original en la ciencia ficción contemporánea, sino también como un ejemplo de cómo la colaboración artística y el ingenio pueden superar cualquier limitación presupuestaria.

La película se proyecta en un espacio casi único —una cafetería, unas escaleras y un piso superior—, la película adopta una estética que remite una y otra vez al teatro. Los personajes entran y salen de escena como si estuvieran en un escenario, y en varios momentos claves, cuando “van a la ciudad”, la cámara simplemente no los sigue. El fuera de campo, más que una carencia, se convierte en un recurso expresivo: lo que no vemos también forma parte activa de la narración.

Esta contención espacial no solo ahorra costes; refuerza la unidad de tiempo y lugar, generando una tensión constante y permitiendo que el espectador siga con claridad el entramado temporal. Al igual que en una obra teatral, lo importante no es lo que hay más allá del decorado, sino lo que ocurre dentro del pequeño mundo que se ha creado. El espacio cerrado permite además una puesta en escena extremadamente coreografiada: entradas y salidas sincronizadas, diálogos que se superponen en el tiempo, personajes que interactúan consigo mismos en bucles cuidadosamente construidos.

En este sentido, la película demuestra que la narrativa puede expandirse sin necesidad de mover la cámara, y que el cine, incluso cuando es estático, puede ser dinámico si está bien pensado.

Aunque Más allá de los dos minutos infinitos es, en apariencia, una comedia ligera, su trasfondo emocional es más complejo de lo que parece. Bajo la superficie de bucles y juegos temporales, late una historia de deseos íntimos, sentimientos contenidos y relaciones no resueltas. La película no solo plantea “qué pasará dentro de dos minutos”, sino también “qué pasaría si me atreviera a decir lo que siento”, “si pudiera dar un paso más”, o “si supiera qué piensa realmente el otro”.

En el cine japonés, el tiempo suele verse no como algo que deba manipularse, sino como una corriente que se observa con respeto. Frente a muchas películas occidentales sobre viajes temporales, donde el protagonista busca cambiar su destino, aquí los personajes parecen más bien jugar con las posibilidades sin perder de vista que el tiempo sigue adelante, inexorable. En lugar de grandes tragedias o paradojas, lo que se pone en juego es algo más cotidiano y humano: el miedo a actuar, el deseo de conectar, el dolor de lo no dicho.

Por eso el título es tan sugerente: Más allá de los dos minutos infinitos no solo alude al truco visual o narrativo, sino también a ese anhelo de ir más allá del presente inmediato, de romper la barrera entre lo que se siente y lo que se expresa. El amor, la amistad o la inseguridad de los personajes aparecen siempre en segundo plano, pero dan profundidad a sus decisiones y reacciones.

Además, como es habitual en muchas narrativas japonesas, hay una contención emocional muy marcada. La tristeza, la frustración o el cariño no se expresan con grandes gestos, sino con silencios, miradas o gestos mínimos. Esto puede resultar distante para el espectador español, más acostumbrado a la expresividad abierta, pero forma parte de una sensibilidad distinta, donde lo sutil es lo más profundo, lo esencial es invisible a los ojos.

Esperamos que podáis acudir y disfrutemos juntos. 

Más allá de los dos minutos infinitos (Junta Yamaguchi. 2020) 70’

Auditorio de la Biblioteca Pública de Valladolid, jueves 15 de mayo de 2025, 19:00h

Club de fotografía: Música

Difícil tarea la de nuestros fotógrafos este mes. La música se hace imagen y las fotografías se presentan como composiciones musicales que van a sonar en nuestras cabezas de una forma única: nosotros marcamos el compás, decidimos las notas y escuchamos la canción, si es que la hay. Pasen y vean, pasen y escuchen, pasen y sientan.

  1. Músicos del siglo XVIII en yeserías. Charo Martínez

2. Tenor. Víctor Manuel Simón. Primera clasificada

3. Viento-metal. José Luis Peláez

4. Música. Carlos de San Luis

5. Fin de fiesta. Ana Pérez

6. Música en el club de cine Espigador@s bcyl. Charo Martínez

7. La música está en el aire. Raquel Esteban

8. La flauta mágica. José Luis Peláez. Segunda clasificada ex aequo

9. Música pasional. Miguel Ángel Andrade

10. Al unísono. Sofía Sevillano. Tercera clasificada

11. Entre agujas y recuerdos. Elena Parrilla

12. Y con el mazo dando. Tomás González

13. 4 en línea. Ana Pérez

14. Evolución musical. Carlos de San Luis

15. El pasadizo del violinista. Raquel Esteban

16. Descanso. Tomás González

17. Brillo y viento. Sofía Sevillano

18. Música disco. Miguel Ángel Andrade

19. Anuncian la llegada de Felipe II a Valladolid. Charo Martínez

20. Viento-madera. José Luis Peláez. Segunda clasificada ex aequo

21. Mi banda sonora. Elena Parrilla

22. Música y precisión. Sofía Sevillano

23. Partitura. Víctor Manuel Simón

24. Su banda sonora, mi banda sonora. Elena Parrilla

25. Música y vino van de la mano. Miguel Ángel Andrade

26. Larga vida al rock & roll. Ana Pérez

27. Diversidad musical. Carlos de San Luis

28. Violinista urbano. Raquel Esteban